PUEBLA

Queridos amigos poblanos, acá estoy de visita desde ayer y ya sólo por el día de hoy 30 de abril (luego acá doy a entender que sigo en el último lugar que avisé, varios días después de mi regreso ja, ja)...

Se admiten:

1) Regalos de talavera
2) Mole
3) Camote (no se emocionen los golosos, del de dulce)
4) Cemitas
5) Clientes cariñosos e inquietitos con ganas de pasar una hora entre besos y mimos.

Espero tu llamada

EN PUEBLA 222-334-2025

AMIGOS TOLUQUEÑOS II


Pues el caso es que estoy de regreso en tierras toluqueñas. Lista para atender a los diablos rojos y desearles suerte contra las aguilitas americanistas ja, ja, ja... llamen al: 722-173-7373

Por cierto, señor Gobernador... estuvo rico ¿verdad?

AMIGOS TOLUQUEÑOS


SÓLO PORQUE MI QUERIDO RENAN ANDA CON EL CORAZÓN ABANDONADO POR SU EX GAVIOTITA PENDENCIERA, LE DARÉ ESTE VIERNES 23 DE ABRIL LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE QUE CALME SU DOLOR CON SEXO SUAVE, RICO, CADENCIOSO CON SU QUERIDA LULÚ, ESTARÉ EN TOLUCA ASÍ QUE TOLUQUEÑOS, LLÁMENME, A TELÉFONO CHILANDO DE SIEMPRE A MI NEXTEL O, DE PREFERENCIA, PUEDEN LLAMARME AL 722-173-7373, QUE ES NÚMERO TOLUQUEÑO... BESOS...

Un sateluco de ensueño

Unos chavos de la escuela, se empeñaban en que fuéramos todos a una fiesta por Satélite (O más bien en una de esas colonias entre Valle Drogado y Echegaray a las que los que vivimos de Polanco pa' acá conocemos por el nombre genérico e intercambiable de "Satélite"). Poco a poco fueron convenciendo al grupo en pleno.

La neta, casi nunca jalo a las pachangas de la escuela, no es por mamila, pero sucede que muchas de las cosas que ellos están viviendo y experimentando, especialmente en lo que a reventones se refiere, a mí me tocó vivirlas hace ya algunos añitos y eso me ha provocado que, en general, me dé una colosal hueva juntarme con gente de mi edad. Ni modo, crecí desfasada.

Estaba a punto de dar mi brazo a torcer (más con la intención de quitarme un poquito el bien ganado prestigio de evenflo, que animada con la idea de reventar por el rumbo de Mundo E), cuando recibí la llamada ansiosa de un chavo muy entusiasmado con la idea de que lo atendiera en el siempre confiable nicho de amor de Patriotismo número 53. El pobre había hecho un afanoso viaje, justamente desde Satélite y a la más picuda de las horas pico con el único noble propósito de darse un respiro del mundanal caos de la ciudad, cogiendo conmigo en la camita de un cinco letras. Quería, además, un servicio de dos horas.

Humildemente me dije: ¿Quién soy yo para desilusionar de esa manera a un amable cliente? Como todos vieron que me entró una llamada y, aunque me retiré estratégicamente para informar al cliente y ponerme de acuerdo con él, regresé justo para que oyeran que decía "Allá nos vemos en una hora", apliqué con eficacia el gracioso pretexto del "trabajo repentino" (En la escuela siempre he dicho que por las tardes trabajo en "ventas", lo que no es del todo falso).

Una hora más tarde estaba subiendo la rampa del Villas Padrotismo. Toc, toc, toc. Me abre un chavito con una cara de inocencia, que si me ha llamado un par de años antes, me cae que habría parecido escapado de una etiqueta de Gerber. Tendría unos 21 años y estaba guapetón tirándole a bonito. Era además, como la mayoría de los chavos de Satélite (y colonias aledañas), un niño a toda madre. Tímido, al principio, juguetón y risueño en cuanto agarró confianza (y más en cuanto agarro otras cosas). Yo iba con una blusita negra escotada, tacones y, bendito calor, con unos shorts grises que creo que me sientan muy bien.

Empezamos a platicar y, entre cosa y cosa, salió el asunto de la fiesta por sus rumbos. Me cayó bien. A mitad de la conversación, puso su mano sobre mi muslo y se acercó buscando un beso, yo abrí los labios y lo dejé que probara. Fue un beso suave, rico, paciente. De esos que te van probando como si buscaran memorizar tu sabor. Mientras me besaba, su manita inquieta comenzó a buscar por mi espalda y costillar. Sus labios pasaron de mi boca a mi cuello y del cuello a mi escote. Ya en ese momento la ropa estaba de más, puse mis manos en su nuca, eché la cabeza para atrás y solté un suspiro hueco, lleno de deseo. Comencé a desabotonar mi blusa y me dejé hacer.

La pasamos tan rico que la noche nos encontró con las piernas trenzadas. Ya tenía que irme, había transcurrido mucho tiempo y mi teléfono sonaba. Otra persona quería conocerme y quedé de verlo en ese mismo hotel. Debía bañarme y volverme a arreglar. Mientras lo hacía seguimos conversando. Me preguntó si todavía alcanzaría a llegar a la fiesta con mis amigos en Satélite (Mundo E o como se llame). Le dije que no, que ya me daba flojera. -Lástima- contestó -me habría gustado acompañarte- Sonreí. La neta es que, de no tener más trabajo, le habría tomado la palabra. Después de todo, en verdad me caíste súper bien. Besos y mucha suerte con lo que me contaste guapo.

La historia de un huevo


El salón de la última clase de los miércoles es una méndiga vitrina. En tiempos de calores estar allí una hora completita entre las 12:00 y la 1:00 de la tarde es una tortura medieval. El profe, un buen hombre con un vientre tan prominente como el de un elegante hipopótamo, sudaba copiosamente mientras trataba de meter en nuestras nobles tatemas estudiantiles ideas que a esas horas y con el pinche calor que hacía, rebotaban en nuestros oídos como si el pobre profe Botijón estuviera hablando solo. El teléfono, en vibrador, sonaba a cada rato. No atendía llamadas, pero recibía muchos mensajes de posibles clientes y gentiles preguntones.

En un rincón del fondo, Alfonso, un chavo entre emo y folklorista, que no le ha de hablar ni a sus pobres padres, estaba tan jetón que nomás le faltaba roncar o tronarse un pedo. David, un niño muy tímido al que le gusto, me sonreía con el entusiasmo de bolsita de sabritas cada que volteaba a verlo. Es un chavo lindo y me trae muchas ganas, pero apenas se atreve a dirigirme la palabra y se pone súper nervioso. Tengo la capacidad de hacer que su rostro se ponga más colorado que un jitomate maduro con sólo dedicarle una mirada más o menos cachondona. Estaba a punto de imitar al jipi de Alfonso y echarme una discretita jeta, cuando recibí un papelito delicadamente doblado con información importante que había pasado ya de mano en mano para alertarnos a todos: "Chécale los tompiates al Botijón".

Una a una las miradas cansadas de cada personita en el salón buscaron alguna novedad en la entrepierna del afectuoso cachalotito que tenemos por maestro. Las chavas poníamos nuestra más hipócrita cara de "guácala-qué rico", los chavos se reían con morbo. Él, clavado en su discurso, bañado en su propio caldo (Urge AXE S.O.S.) y desparramado en su silla con las piernas abiertas como si esa posición le ayudara a que se le orearan las bisagras, no se daba cuenta de que su pantalón tenía una tremenda descocida que comenzaba en el "nies" (ni es culo, ni es huevo) y terminaba justo donde empieza la bragueta. La posición en la que el santo maestro estaba sentado, hacía que por ese pequeño desperfecto del pantalón, se asomara, como una enorme úlcera bajo un calzón blanco de algodón, un redondo y exhibicionista huevo. Llegó un momento en el que al parecer, el único que no se había dado cuenta de lo inquieto de su testículo espontáneo era el pobre profe, que frunciendo el seño veía como todos sonreíamos y cuchicheábamos. Hasta Alfonso, que había dormido casi toda la clase, contemplaba atento las impúdicas partes de aquel bien intencionado educador.

Apenas terminó la hora, el profe se levantó y, secándose el sudor con un pañuelo, se despidió de todos saliendo del salón medio malhumorado. En cuanto su enorme cuerpo salió por la puerta, se escuchó desde atrás que alguien gritó: "Ay pa' la otra se tapa"... inmediatamente estalló una carcajada colectiva con estilo de bomba atómica. Ya estaba saliendo del estacionamiento de la escuela y aún no paraba de reírme.

Ya en la calle y con la cabeza más fría pensé en el profe. Es un buen hombre y no se merecía tanto choteo, sentí culpa por un momento y deseé que no se hubiera dado cuenta de la risa que nos causó, entonces activé el timbre a mi celular de trabajo y comencé a recibir llamadas:

Riiiiiiing
-¿Bueno?
-Hola Lulú, cuéntame ¿Cuánto cuesta está estar contigo? ¿Qué incluye?
¡Zacarrácatelas! ¿Será? Escuché al otro lado de la línea la misma voz grave y pausada que había estado oyendo durante una hora... ¿Sería el profesor "huevos de fuera"? ¿Sería él quién me estaba llamando? Digo, también los maestros cogen, pero sería demasiada coincidencia... No quise arriesgarme a comprobarlo, sin más y como si fuera una chiquilla de cinco años descubierta en una travesura colgué el teléfono, así que nunca sabré si era mi profe o nomás un clon de su voz de tenor con hueva. En fin, cosas que pasan, ya será otra la que le zurza las talegas y la dignidad...
P.D. Acabó mi ex promoción vespertina....

Un buen trabajo


Hoy atendí a un cliente muy chistoso. Era un tipo altísimo, muy delgado, completamente calvo y de ojos verdes, chiquitos como rasguños. Hablaba como merolico y tenía entre cincuenta y sesenta años. Estaba tan alto que prácticamente tenía que doblarse para besarme. Y así estaba, súper encorvado, explorando mis nalgas con sus manos y mis labios con los suyos, cuando de pronto hizo una mueca lastimera.

-¡Auch!- Gritó.

Resulta que empinarse tanto para el besuqueo le había provocado un dolor punzante en la rabadilla. Dijo muchas cosas chistosas de sus achaques. Se sentó en la cama y, casi con lágrimas en los ojos y sobando tristemente la parte exacta donde la espalda pierde su nombre decente, me pidió que me sentara en sus rodillas y volviera a besarlo. Ya no se movió, hicimos el amor en esa posición.

Nos desnudamos sin demasiado ajetreo y, acomodados en la orillita de la cama (más o menos como en la imagen de arriba), me senté en él, moviéndome despacito, hasta que entre besos, sudores y gemidos, nos ganamos la sonrisa de un buen trabajo. Después nos recostamos y, mientras le daba un masajito de piedras calientes, estuvimos conversando.

Es casado y tiene tres hijas. La más grande es de mi edad y estudia la misma carrera que yo. Por un momento los ovarios se me vinieron a las anginas pensando en lo hijas de la chingada que pueden ser las coincidencias, pero afortunadamente estudia en otra universidad. Que yo sepa, nunca me he ponchado al papá de una compañera, pero... el pinche mundo es tan chiquito. Lo más que me ha pasado es haber atendido al tío de un cuate, pero como al cuate también lo conocí en estos rollos, no pasó de que me diera cuenta que la afición por las morenitas era de familia.

El masaje le alivió al don en buena medida los dolores de la espalda y me pidió que no me detuviera, ecuánimemente y con la dignidad de quien conoce y respeta sus límites, me dijo que a sus años con un buen brinco se daba por bien servido, así que prefirió la sobada a intentar que el amigo caído volviera a levantarse.

Nos despedimos con la promesa de volver a vernos, la verdad se me fue el tiempo volando y me la pasé muy bien y como sé que, aunque nunca escribes, si lees lo que aquí se pone, pues te mando un beso y sí, me la pasé muy bien y, sí, te reseñé... ¿Cómo ves?

Te mando muchos besitos
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